EL NIÑO YUNTERO
Carne de yugo, ha nacido
más humillado que bello,
con el cuello perseguido
por el yugo para el cuello.
Nace, como la herramienta,
a los golpes destinado,
de una tierra descontenta
y un insatisfecho arado.
Entre estiércol puro y vivo
de vacas, trae a la vida
un alma color de olivo
vieja ya y encallecida.
Empieza a vivir, y empieza
a morir de punta a punta
levantando la corteza
de su madre con la yunta.
Empieza a sentir, y siente
la vida como una guerra
y a dar fatigosamente
en los huesos de la tierra.
Contar sus años no sabe,
y ya sabe que el sudor
es una corona grave
de sal para el labrador.
Trabaja, y mientras trabaja
masculinamente serio,
se unge de lluvia y se alhaja
de carne de cementerio.
A fuerza de golpes, fuerte,
y a fuerza de sol, bruñido,
con una ambición de muerte
despedaza un pan reñido.
Cada nuevo día es
más raíz, menos criatura,
que escucha bajo sus pies
la voz de la sepultura.
Y como raíz se hunde
en la tierra lentamente
para que la tierra inunde
de paz y panes su frente.
Me duele este niño hambriento
como una grandiosa espina,
y su vivir ceniciento
revuelve mi alma de encina.
Lo veo arar los rastrojos,
y devorar un mendrugo,
y declarar con los ojos
que por qué es carne de yugo.
Me da su arado en el pecho,
y su vida en la garganta,
y sufro viendo el barbecho
tan grande bajo su planta.
¿Quién salvará a este chiquillo
menor que un grano de avena?
¿De dónde saldrá el martillo
verdugo de esta cadena?
Que salga del corazón
de los hombres jornaleros,
que antes de ser hombres son
y han sido niños yunteros.
Miguel Hernández
Aquella vieja escuela rural, de a principio de los 80, no brillaba por su excedencias en recursos, pero los pocos que tenían eran tesoros bien conservados por D. Jesús.
Recuerdo la pequeña biblioteca, con sus viejas estanterías, olor a papel viejo, a celulosa estacionada, dulce, romántica y con cierto resabio a vainilla y un mundo se nos abría a nuestros pies, a nuestros ojos ávidos dónde Platero me lo imaginaba pastando mansamente por los paisajes onubense tan bien descritos por Juan Ramón Jiménez, o como me sumergía en los yermos campos de Castilla donde Antonio Machado me llevaba de la mano por aquellas tierras altas de Soria ...me imaginaba aquellos mundos, que en realidad, eran otros campos como los que se perdían ante mi mirada infantil por la ventana de mi vieja escuela.
Llegó a mis manos el libro de Miguel Hernández " Vientos de Pueblo", libro dónde el poeta se encuentra profundamente enraizado en el pueblo describiendo sus inquietudes, sus desasosegadas vidas y sus anhelos. Hoy todavía leyendo este poema, no puedo evitar conmoverme. No puedo evitar pensar o evocar a aquellas personas, a aquellos niños que hoy probablemente son nuestros abuelos dónde en su vida rural estuvieron marcado por la tristeza, el dolor, la injusticia, trabajando en el campo desde muy temprano, trabajando duro y padeciendo todo tipo de estrecheces, fatigas, hambres y marginación ante tanta injusticia social. El propio Hernández, al final deja abierta la puerta a la esperanza de que sean los mismos jornaleros los que se rebelen contra ese estado de cosas.
Hoy en día, la agricultura es algo muy distinto, cuya mejora viene de la mano del propio campesinado, pero también del propio consumidor...interpreto y reflexiono que el binomio agricultor-consumidor es una fórmula no sólo matemática sino también ética donde las dos partes unen campo y ciudad y también sensaciones, conocimientos, experiencias y deseos.
Hoy el canto a la esperanza que describe el poeta en su última estrofa, viene de la mano de cada uno de vosotros. La aceptación por parte de las personas que acuden al mercadillo o bien compra directamente al agricultor a través de las cestas a domicilio o el cariño que trasmitís es un halago y todo un estímulo y es un halo de luz para que el campo y para el pequeño agricultor no se encuentren sumidos en la depresión, en la marginación y en el desasosiego de antaño donde tantas personas rurales tuvieron que dejar su tierra, su hogar y parte de su legado cultural para poder vivir y dar oportunidad a sus hijos, quien no recuerda el éxodo en los años 60 o 70 de la población rural a las grandes urbes o bien a cualquier país extranjero.

Hoy mi abuelo yuntero viene a la memoria del niño rural y la compasión, la ternura y el cariño me hace recordar que con cuanto trabajo y esfuerzo le costó adquirir, construir y transformar esta tierra en la que hoy soy feliz con lo que hago y como lo hago: agricultura ecológica; la de siempre, intentando extraer hortalizas y frutas llenas de salud y de sabor y dónde sigo sembrando la buena semilla para que por lo menos llegue a mis hijos y dónde sigo leyendo a Miguel Hernández... .
JOSE MARÍA
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